Esta semana jóvenes de todo el mundo vienen a España con motivo de las JMJ. La Iglesia, que es un misterio de “comunión”, tiene en la Familia Dominicana una tarea, una misión muy especial que ganó St. Domingo en su momento, porque amaba a la Iglesia con toda el alma y todo el corazón. Pero entendía que le faltaba a la Iglesia, o estaba en crisis, la fuente de vida que es la Palabra de Dios. Por eso pensó en una Orden para la Predicación. Ese fue entonces el reto y sigue siendo la tarea de toda la Familia Dominicana: predicar de muchas formas y de muchas maneras, como decía el autor de la carta a los Hebreos (1,1). Esa era la “religión” de Domingo; no otra cosa que hacer posible la comunión por la predicación de la Palabra viva del evangelio que hermana a todos. Si queremos, es la religión del “evangelismo” liberador, que si bien implica a todos los cristianos, debe ser, para la Familia Dominicana, un servicio imprescindible, no para brillar, sino para iluminar, como muy bien pondría de manifiesto Tomás de Aquino. En el Concilio Vaticano II, decía el P. Chenu, la Iglesia se definió, no ya como una ciudadela intemporal, sino como comprometida por su mismo ser en el mundo, y en el mundo de la historia: la Iglesia encuentra su lugar, su lugar constitucional, en el mundo y, para arraigarse en él, sale de sí misma, por así decir, a fin de encarnar en él la Palabra de Dios. Y es así, mediante su compromiso con un mundo en mutación, como comprendemos a Domingo, su carisma, su proyecto evangélico, sin detrimento alguno para la causalidad «sobrenatural», pues ésta se encarna, se expresa y se descubre en estas situaciones. Los jóvenes, pues, de la Familia Dominicana que se llegan para celebrar la JMJ, con la presencia de Benedicto XVI, no pueden olvidar que esta “peregrinación” debe ser un impulso ante la crisis mundial, no solamente económica, que a muchos le parece lo más espantoso, sino de los valores humanos y espirituales tan necesarios que humanizan, liberan e impulsan a renovar esta historia lacrada por tantas penalidades. Se ha caído al fondo del mar la “calidad de vida” que se había construido sobre cimientos perecederos. Los jóvenes de la Familia Dominicana, deben ser fuerza renovadora, estímulo y esperanza de que nada está perdido para siempre. Desde la “religión” de la palabra evangélica, desde la predicación audaz y de comunión, debemos aspirar a un mundo más justo, pacífico y fraternal, como auténticos hijos de Domingo de Guzmán.
Fr. Miguel de Burgos Núñez O.P.
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