3 DE ENERO
SANTÍSIMO NOMBRE
DE JESÚS
(Su fiesta, el día
1)
En la
Sagrada Escritura se da gran importancia al nombre. Expresa el ser de las cosas
o su misión en el mundo. Dios da cima a la creación poniendo nombre a sus
criaturas, y luego pasa a Adán el mismo encargo.
E1 nombre dado en el nacimiento expresa el destino
del que lo lleva. E1 nombre viene a ser como la persona misma, y cambiar a
alguien el nombre es imponerle una nueva personalidad. Así Dios cambia el nombre
a Abram y a Jacob, y Jesús a Simón que en adelante se llamará Pedro.
Cuando José y María llevaron al Niño al tempo para
circuncidarlo, le pusieron por nombre Jesús, que quiere decir Salvador. No era
un nombre al azar, sino por intimación del Padre celestial, transmitida por el
arcángel, para expresar la esencia de su ser, de su misión: "Le pondréis por
nombre Jesús, porque É1 rescatará a su pueblo de sus pecados... Un nombre sobre
todo nombre, ante el que debe doblarse toda rodilla en el cielo, en la tierra y
en los abismos... En ningún otro nombre obtiene nadie la salvación, ni a los
hombres se nos ha dado otro nombre para ser salvados".
Otros israelitas habían llevado este nombre. Pero
sólo Cristo realiza lo que el nombre significa, "pues El es el que ha de salvar
a su pueblo, librándole de sus pecados". Es por tanto Jesús el nombre propio
personal del Hombre-Dios, nombre eficaz que expresa la obra de Cristo. "Diéronle
el nombre, explica el P. Rivadeneyra, porque le dieron el oficio, y llamáronle
Salvador porque su oficio fue de Salvador, Salvador de pecados".
Los Nombres de Cristo, de Fray Luis de León,
está considerado como uno de los libros mejor escritos en castellano. Vale la
pena leer todo el capítulo dedicado al nombre de Jesús, porque es como el
compendio de todos los demás: Admirable, Enmanuel, Cordero, Luz, Consejero,
Camino, Oriente, Pimpollo, Príncipe de la Paz. "El nombre de Jesús está en todos
los nombres que Cristo tiene, porque todo lo que en ellos hay se endereza y
encamina a que Cristo sea perfectamente Jesús. Jesús es su ser, Jesús son sus
obras, Jesús es su nombre, esto es, piedad y salud". Ciertamente, Jesús y nada
más que Jesús ha sido Jesús para nosotros, y diciendo Jesús decimos todo cuanto
de Jesús decirse puede.
En el nombre de Jesús hay algo tan dulce y tan
elevado, tan sublime y tan tierno, que no podemos pronunciarlo sin que se nos
abrasen los labios y el corazón. Nombre santo y poderoso, más dulce que la miel
y que el panal. Nombre que repetían ciegos y leprosos: "¡Jesús, Hijo de David,
apiádate de mí! ¡Jesús, si quieres puedes limpiarme!" Nombre con cuyo poder
curaba Pedro: "No tengo oro ni plata, pero en nombre de Jesús, levántate y
anda". Nombre que han repetido y repetirán todas las generaciones, desde la
niñez hasta la muerte. Y cuanto más desvalidos, más lo necesitamos: "Esos
hombres con hambre de tu Nombre al hombro", escribe Rosales.
Hermosamente canta la liturgia: "Nada se piensa más
dulce, nada se canta más suave, nada se escucha más grato que Jesús, Hijo del
Padre". Nuestro Prudencio tiene un hermoso himno al nombre de Jesús. San
Agustín, que tanto se deleitaba antes en el Hortensio de Cicerón, luego
lo encontraba desabrido por no hallar allí el nombre de Jesús. Lope de Vega le
dedica un Auto Sacramental, así titulado "El Nombre de Jesús". San Bernardino de
Siena recorría Italia, precedido de un estandarte en el que figuraba el nombre
de Jesús, predicando sobre las maravillas de este Nombre.
¡Ojalá que este dulce Nombre selle nuestros labios en la hora de la muerte!
Sacado de Servicios Católicos.
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